Alborada de invierno
“Frío. Muchas veces me han dicho que soy frío
en sentimientos y en expresiones; pero nunca me había dado cuenta
yo. Siento como me arropa ese desgarrado miedo que congela las
entrañas, que poco a poco va adentrándose en mis venas y aquello a
lo que todos llaman sangre en mi se vuelve arena y polvo. Si me
pinchan no sangro, si me disparo me desareno en el desierto que mi
cabeza va creando para así irme como Miguel Hernández en El
rayo que no cesa; “desierto
y sin arena” despidiéndome de todo lo vivido, despellejando los
retales de noches en vela con palabras dormidas que reconcomen
seriamente mi personalidad, que trastornan el paseo de los tristes
cuando mi alma lo recorre con la pena de una luna ruborizada por las
estrellas y por el rojizo matiz del otoño al despertar. Mientras una
parte de nosotros oscurece lentamente, la otra parte va amaneciendo
bajo el tono bermellón con la que la luz intenta recorrer toda la
opacidad que se crea en el horizonte.
No hace falta
perderse en un océano superfluo por el hielo que fluye por la
superficie ni observar siempre la fría y solitaria cara oculta de la
luna; simplemente basta con aceptar que ya te has perdido por ese
océano encontrado en el oasis del desierto de tu cabeza, que
observas a la luna en la penumbra para darte cuenta que el amanecer
puede llegar en cualquier momento, solo es cuestión de tiempo, solo
es cuestión de esperar.”
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