A lo que yo más temo
Siempre soñé con carreteras vacías repletas de serpientes.
Quién iba a decirme que en 2020, la primera se haría realidad.
Fueron pasando los meses, y yo, continuaba soñando,
pero esta vez, las tinieblas se apoderaron.
No había nada que me despertase de esa realidad.
No había gente por las calles, no habían historias que contar.
Todo se desvanecía lentamente junto el umbral
de un amanecer que poco a poco alargaba sus horas.
Y al fín, al cabo de tantas semanas,
haces de luz asomaban por el horizonte.
Todo parecía más normal, nos dejaban salir, nos dejaban correr,
pero las calles continuaban vacías.
Poca gente se atrevía a salir, se observaban huellas,
rastro infonfundible de tiempos pretéritos
que demostraban la valentía de algunas personas
y la insensatez de otras.
No sabíamos bien bien lo que sucedería,
pero el verano acechaba en cada esquina.
Sus pieles sedientas de asfalto caliente
se lanzaron para buscar una sombra para refrescar.
Y así las horas pasaban, y yo,
me adentraba temerosamente en un laberinto,
cuál minotauro en el pelo de Medusa
desenredando los caminos con miedo a avanzar.
Y en el pesar de cada paso mi corazón oscilaba;
las palpitaciones, tenues y desbordadas
orbitaban y navegaban en el inmenso vacío de esas calles,
repletas de cuerdas, de mangueras, de troncos...
de cualquier cosa que se asemejaba a lo que yo más temo.
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