El
aletear de los pájaros
El
aire me recuerda siempre
a alguien que aún no conozco.
Fueron
las primeras líneas de los cimientos
y
decidí que serían las últimas.
Yo
volaba por sistemas no inerciales,
surcando
los cielos conocidos de antaño.
Planeando
lo impensable con el viento en contra,
solo
la inercia me mantenía a flote.
Enjaulados
en el abril del ‘20,
acabando
la grieta con forzoso aletear.
No
imaginé lo que el viento deparaba
con
su terrible ciclón desorientándome.
Me
abracé a cada instante de lucidez
buscando
calor en mi plumaje,
fui desprendiéndome de equipaje
hasta
llegar a ser una coraza vacía.
Las
estaciones intermedias pasaron,
el
infierno de verano dejó de banda
los
inviernos que se apoderaban de mí,
abriendo
nuevos horizontes inexplorados.
Un
soplo de aire fresco se acomodó
en
las llanuras de mi alma disecada.
Sin
darme cuenta la iba colmando de vida,
saciando
mi sed onírica en cada esquina.
Y
ahora que se acaba otoño,
la
niebla no cesa entre los cimiento baldíos.
El
plumaje sigue siendo débil,
perdiendo
el equilibrio que creía haber conseguido.
Observo
el gélido paisaje clandestino,
teniendo
conocimiento que nunca podré yacer
en
los campos lisos y ondulados de tu cuerpo
que
siempre estará presente.
Y
sin premura ni desespero me aferro a ti.
Atrapado
en la red que los instantes fueron tejiendo
con
sumo cuidado para fortalecer
la
maleabilidad y la tensión.
No
lo escogí, ni siquiera quería descansar.
Únicamente
quería seguir volando,
no
escribir sobre nadie ni sobre nada,
no
escribir, solo dejarme llevar.
Pero
aquí estoy otra vez,
reposando
en mi viaje por imposición del motor,
fragmentado,
vacío, despedazado
por
culpa del gran impacto.
Los
tiempos pretéritos vuelven a ser imperativos,
siendo
consciente de las conjunciones condicionales
que
siempre se decantan por la negación;
pasando
del fuego a las brasas y luego humo.
La
incertidumbre es la predominante
en
las corrientes del aire que me recuerda,
a alguien que sin querer conocí
y
que con sus cenizas candentes y eternas,
llena
mis cimientos de vida.