Turbulencias
Tengo ganas de poder observar la tormenta,
no solo sentirla.
Necesito poner en orden mi melatonina,
regar las flores marchitas y darme paciencia y el tiempo para que germinen.
Voy retomando las líneas,
observo la tormenta.
El paraguas que cargo no es suficientemente grande para refugiarse,
pero tampoco tan pequeño como para no tener cobijo.
Sin embargo, me sigue aplastando la gravedad de las gotas,
todo precipita a mi alrededor y yo sigo sintiendo el impacto.
Las turbulencias aminoran, pero siguen tambaleando mi barca y mi mar.
Aquel faro sigue lejos, inalcanzable, intangible y, a menudo, inexistente.
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